2ª Compañía de Zapadores… No falta nadie.


   En mis lejanos tiempos de milicias en la 2ª Compañía de Zapadores del BING XV, uno de mis soldados se trajo un loro «cola de vinagre» al que pronto adoptamos… o adopté de forma más personal, fruto de mi apego desde niño por los animales.
   Aquel loro tenía su propio y particular «libro de instrucciones». Su relación con los humanos no debió de ser muy agradable porque, simplemente con acercarte a pocos metros de la jaula provocaba en el pobre bicho, un arranque de gritos nada tranquilizador.
   Rápidamente nos dimos cuenta que el puesto de «cuartelero» era el ideal para nuestro loro.
    Estratégicamente colocada la jaula a la entrada de la compañía, el loro quedó reconvertido en infalible alarma con plumas y nos avisaba puntual y certeramente de cualquier visita y/o aproximación a nuestro territorio… Agua y pipas, el prisionero salía a tomar el sol todos los días… como un prisionero cualquiera.
   El loro, poco a poco se convirtió en el «santo y seña» de «la segunda» de Zapadores», en parte por mi empeño en que el simpático emplumado de rojo-vinagre nos acompañara allá a donde fuéramos, siempre que nuestros traslados provocaban el cierre de la compañía. El «muchacho» nunca faltó en nuestras maniobras y salidas al campo, eso sí, cuando la complicada organización de los transportes nos permitía acoplar su jaula en un camión o un Land Rover.
   Todas las mañanas, durante varios meses, dedicaba unos minutos a charlar con él. Cuando llegó, era imposible tocarle o conseguir que cogiera algo de la mano. Cualquier intento de aproximación solo conseguía poner al bicho «al borde de un ataque de nervios»… pero todos los días veía al mismo militar barbudo con algo diferente en la mano. Una avellana, una almendra, dátiles, tacos de jamón serano… y queridos lectores, por la boca muere el «loropéz». Con amplias dosis de paciencia mostradas por las dos partes contratantes, fue el jamón serrano (no podía ser de otra manera) el que me entregó las llaves de su jaula y las de su corazón.
  «Cola vinagre», increíblemente inteligente y tenaz, empezó a coger la comida de mi mano, a dejarse tocar las patas, el lomo… El asunto de meter la mano en la jaula no era algo banal. «Cola vinagre» tenía un tamaño «respetable» y conviene advertir que si su potente pico enganchara, digamos un dedo despistado-confiado (y alguno de esos ya hubo…), eso suponía una dolorosa experiencia para el dueño del dedo, si conseguía sacarlo entero.

   Cola vinagre, tras un primer movimiento de compra-venta de su soldado/propietario, pasó por varias manos hasta que, finalmente se marchó del cuartel con su nuevo dueño. Durante aquel tiempo en el que convivimos, aprendió a confiar de nuevo en algunos humanos… que no es poco. Le eché de menos. Aún hoy en día, muchos años después de mi especial época al servicio de la gloriosa 2ª Compañía de Zapadores, cuando corto taquitos de jamón, me viene Cola Vinagre a la memoria.
   Un buen soldado, excelente persona y casi mejor dibujante, inmortalizó aquel espíritu que reinaba en aquellos días. Camaradería, buen ambiente de trabajo y un toque de «distinción excéntrica» que convertía a los de «la segunda» en los más envidiados de todo el cuartel.

¡¡¡Atención… firrrrr___messs!!!! La compañía esta formada, no falta nadie.
 (JMPA Pink Panzer)

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