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El Arte de la Caricia… Ternura extraordinaria.

«Los aromas, son la llave de todos los sentidos»

(JMPA Pink Panzer Yorch – Pinking in love.)

   Bienvenido a esta historia, sea como fuere la forma en que hayas llegado. Para entender como germina esta complicada orquídea, deberías leer el comienzo de esta ficticia muestra de realidad trastornada… Aquí tienes unos muslos extraordinarios.

Si ya lo leíste, esta es la continuación… prometida.

   Tras una rápida y energizante ducha, mi amigo «Walter» y yo, con las toallas rápidamente viajando arriba y abajo por nuestras masculinas geografías, no hacíamos otra cosa que buscarnos con la mirada intentando encontrar el uno en el otro, una señal de alarma o recelo en nuestro semblante, señal que yo no percibí y que tampoco le mostré en ningún momento porque simplemente, no existía.

¿Preparado para nuevas experiencias, Pink?
Nunca se está suficientemente preparado, Walter – le contesté mientras intercambiábamos sendas sonrisas, con las toallas enrolladas a nuestra cintura y listos para terminar lo que tan exultantemente bien, habíamos empezado en la terraza.

love-respect   La primera sorpresa la encontramos nada más abrir la puerta del amplio dormitorio. Distribuido por el suelo y los muebles de la habitación, un pequeño ejército de diminutos vasitos con velas de colores iluminaban tenuemente la estancia, y como sacadas de una ilustración del manual «El Arte de la Caricia», allí estaban ellas esperando. Pasados esos iniciales segundos de conmoción, solo teníamos ojos para las mareantes curvas de dos rutilantes cuerpos de mujer tendidos sobre el raso azul de aquella inmensa cama, únicamente ataviados con un leve foulard con el que se vendaron los ojos. El brillo sedoso de sus cuerpos titilando entre luces y sombras al ritmo de las llamas de las velas casi me hace pasar por alto la primera señal; El foulard de Ella, inconfundiblemente rosa y con el bordado de Roberto Verino en su extremo. Hacía al menos cinco años que se lo había regalado y no, en mi mundo las casualidades no existen…

   Aquella cama era una vieja conocida. Casi cuadrada, con más de dos metros de largo y ancho, Walter, mi buen amigo, la había comprado exactamente igual que la mía. A sus pies, junto a cuatro de aquellas atrayentes velas, reconocí uno de mis frascos de cristal con aceite aromático que uso en mis masajes… ¡Jazmín!, no podía ser otro, ¡que excelente elección! ¿Otra casualidad? Pues no, ya lo saben, las casualidades no existen.

tres-en-la-cama   Intercambiando una última mirada de complicidad con Walter, me inclino y tomo en mi mano el brillante frasco de aceite mientras dejo caer mi toalla al suelo. Frente a mí, un esbelto cuerpo de mujer me esperaba, aquel desconocido que, apenas una hora antes, con sus manos me torturaba sobre una colchoneta a la luz de la luna nueva. ¿Su nombre? Elsa.

   Como ya había hecho en tantas y tantas ocasiones, vertí un poco de aceite en mi mano para quitarle ese puntito de frío que tanto incomoda y sin perder un segundo le cedí la botellita a mi amigo que, cautivado como yo ante la visión de aquellos dos culos extraordinarios, copiaba mis pasos llenándose las manos y sus pies también, del aromático aceite.

el-blog-en-la-mano   Es algo indescriptible que necesitas vivirlo. Las palabras pueden dibujar la situación, personajes, contexto… pero ¿como transcribes unas sensaciones que ni tú mismo conocías que existían? La cercanía de nuestros cuerpos nos permitía gozar a la vez de la visión de aquellas dos seductoras hembras rebosantes de dulces feromonas. Con toda la delicadeza del mundo y sin ninguna prisa, empecé, mejor dicho, empezamos acariciando cada uno de nosotros, los tobillos de la mujer que la luna nos puso en aquella enorme bandeja de raso.

   El aroma a jazmín ya se había adueñado de la estancia. Cuatro manos viajaban sincronizadas por los cuerpos de nuestras preciosas mujeres, arrancando sus primeros suspiros a ciegas. Por instantes, parecíamos manejar el uno las manos del otro, como aquellos extraños seres controlados a distancia por  la mente de los humanos en la película de  Avatar. Pero la realidad era mucho más intensa. Eran mis manos las que subían por las piernas de Elsa al mismo tiempo que Walter lo hacía con Ella, calcando los mismos movimientos, la misma cadencia, casi sobre la misma piel enervada… Instantes de íntima fascinación compartida al borde mismo de la locura, instantes que ya están a fuego grabados en la memoria. Imposible ya olvidarlos.

  Super sexy gallega.png Me concentro en el recorrido del masaje. Subo mordiendo con los dedos la cara oculta de los muslos de Elsa hasta llegar a sus firmes glúteos, donde requiebro el movimiento buscando sus caderas e iniciar de nuevo el camino de regreso hasta sus tobillos. Con cada trayectoria de ascenso hasta las cumbres, unos labios jamás vistos por mis ojos parecían querer hipnotizarme, como pétalos de rosas hablándole al viento, jugando conmigo al escondite cuando mis manos movían sus nalgas… una y otra vez.

   La audacia ya se apodera de nuestra voluntad y anula cualquier atisbo de pudorosa resistencia. Una parte de mi cuerpo hace tiempo que tiene vida propia y no hace otra cosa más que explorar y tropezar en cada movimiento que hago. Tomo un poco más de aceite y de rodillas en la cama, con las piernas de Elsa en medio de las mías, avanzo un poco más y me deleito con su espalda y su nuca. A mi izquierda, Walter arranca un profundo suspiro de Ella, mi chica, a la que ataca con pequeños mordiscos en sus hombros y en su cuello… y también con su mano derecha saboreando la turgencia de su pecho. ¡Walter no pierde el tiempo!

tantragroup   Me siento sobre los muslos de Elsa y dejo que mis manos resbalen por sus hombros y brazos en cruz en busca de sus manos. Mi pecho se acerca, se une con su espalda y mi otro yo, duro como el dolor, quiere ya explorar sus rincones más húmedos y escondidos. Elsa «lo nota» y levanta rítmicamente sus nalgas golpeando mi pubis, lo que enerva aún más a mi ciego explorador, que a punto está de encontrar el camino a la gloria.

   En un rápido movimiento, Elsa se gira entre mis piernas, se quita el foulard de los ojos y los clava en los míos durante unos eternos segundos… abrazados, me besa levemente en la boca y sonríe con absoluta naturalidad mientras me susurra al oído…
– Pink, ponte de espaldas, déjame a mí encima, por favor…-

   Ella, -el amor de mi vida- y la roca de Walter ya ensayaban la letra y música de su propio «Love Story» en aquella cama llena de pasión. Los minutos pasaban y nuestras manos, nuestras piernas, en colosal revoltijo aquí y allá tropezaban y nos tocábamos en una perfecta tempestad de caricias, giros, movimientos y posturas. «El Arte de Caricia» en su sexta lección nos enseña, «La caricia inesperada, siempre debe ser deseada». Poco a poco, aprendí a diferenciar sus manos, aún con los ojos cerrados, entre gemidos y suspiros, con el corazón galopando en mi pecho, aún así, sabía de quien era cada caricia y todas, todas eran deseadas.

¿Pink, recuerdas el capítulo ocho, el símbolo del amor infinito? Me dijo Elsa mientras se elevaba con sus rodillas al costado de mi vientre y se dejaba caer suavemente sobre mí, hasta dejarme a la puerta de su pequeño paraíso.

   La visión de Elsa sentada sobre mis abdominales, era espectacular. Sus pechos eran algo más pequeños que los de mi niña pero perfectos en su forma, su tacto, blancos por la falta de sol en su piel sobre la que resaltaban dos guardianes bermellones tan duros en mi boca que podrían cortar el cristal de las ventanas. Walter, apenas a un metro de mí, no paraba de masajear y succionar con ruidoso deleite los hermosos pechos de mi niña que me sonreía con una pícara y excitante expresión en sus labios. No había duda de que los cuatro estábamos realmente muy coordinados.

«Siete veces llamarás a la puerta para poder entrar y romper el silencio», ese es el capítulo ocho,- le dije a Elsa, lleno de frenético entusiasmo.
Pues ahí lo tienes, Pink, ya me tienes, mi cielo… llama a mi puerta, llama ya…

   Y de verdad que empecé a ver el mismísimo cielo cumpliendo su deseo. Una, dos, tres… apenas sentía el calor interior de su cuerpo y con cada gemido, Elsa estiraba un poco sus piernas hasta casi perder el contacto de mi miembro con sus húmedos labios… cuatro, cinco, seis, siete… Cada vez lo hacía más lento y con cada intento, se mostraba más y más excitada. El ocho vendría para romper el silencio y ¡vaya si lo rompió! Lentamente se dejó caer para clavarme por completo en su suave interior mientras un temblor recorría todo su cuerpo y desde el fondo de su pecho salía un poderoso y complacido grito de auténtico placer.

– Oh, siii ya, ya Pink, ya… – Me susurraba entre espasmos mientras yo intentaba no explotar dentro de aquel volcán de mujer, moviéndome adentro y afuera lentamente para prolongar en Elsa, toda aquella dulce agonía que tanto me complacía escuchar.

   Walter se giró hacia su mujer y con un sonoro y emocionado – Cariño, cariño… la besó repetidamente en la boca , mientras yo alargaba mi brazo derecho buscando los pechos de mi chica y con el izquierdo acariciaba los de Elsa, que aún seguía arriba y abajo por el mástil de mi velero, disfrutando y haciéndome disfrutar.

   Los espasmos de Elsa cesaron y Walter regresó aun más loco de pasión sobre mi chica mientras su mujer, liberándome de sus entrañas, se acercó gateando, con sus pechos rozando mi cara y dejando finalmente, su brillante y depilado pubis al alcance de mi boca.

mil-manos-espalda   Era un deleite para todos mis sentidos. Mientras mordisqueaba sus pequeños y sonrosados labios, podía escuchar los gemidos de mi niña, arrancados por los potentes envites que mi amigo Walter le dedicaba en distintas y asiáticas posturas. Retorcía yo entre mis labios un clítoris que pasaba por allí cuando percibo que Ella, mi chica, a gatas y con Walter enganchado a sus caderas, se arrima por detrás de Elsa y toma entre sus manos a mi pobre bastón, que empezaba ya a languidecer por falta de estímulos. De inmediato noto su aliento, su lengua, sus dientes surcando mi piel más escondida. Yo y mi glande reventamos de ganas de ser suyos una vez más. El enésimo empujón de Walter hace que mi carne entre de golpe en la boca de mi niña y la locura se desata una vez más. Ella sabe mejor que nadie como acabar conmigo y con su lengua haciendo diabluras, siento que voy a estallar en cualquier momento. Cinco, seis, siete… Walter sigue con su cadencia bien aprendida y Ella me suelta para estallar y derrumbarse sobre mis piernas en un brutal orgasmo que hace vibrar la cama. Walter se tumba sobre su espalda y sigue empujando y arrancando gemidos de placer a mi niña mientras intento concentrarme en el sabroso «lacasito» de carne con el que juega mi lengua desde hace un buen rato.

   El Arte de la Caricia, en su capítulo 12 describía, «En el amor, la ternura será el tercer sexo». El libro parecía predecir todo lo que allí ocurriría, incluso en este aparentemente complicado capítulo. Elsa empezaba a dar muestras de encontrarse a las puertas del cielo. Su vientre temblaba y su respiración entrecortada anunciaba su llegada. De improviso, noto como una recia mano acaricia primero y se agarra después, con exquisito tacto, a mi revolucionado y sensible escroto. Casi sin tiempo de reacción, otra boca que no era la de mi mujer se abalanza sobre mi pene y con una inexperta e indescriptible ternura, me abraza con sus labios y me hace desaparecer de este mundo… En milésimas de segundo decides lo que está bien, lo que está mal… Elegí el imperio de la ternura sobre cualquier otra cosa que me rondara la cabeza en aquel dulce instante… y eran muchas, creedme.

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   Yo intento confirmar mis sensaciones apartando un poco a Elsa para poder ver lo que ocurre tras el telón de su espalda, pero me sujeta con sus manos la cara y me ruega que continúe, apretando su vulva contra mi cara. No tenía dudas pero, a veces, necesitas ver para creer. Bien, pues ya está, creo que «voooy» a explotar, lo noto, no aguantaré mucho más. La apabullante tormenta de sensaciones llegará para barrernos literalmente de gozo a los cuatro amigos. Elsa estalla en otro tremendo orgasmo sobre mi boca que no hace más que excitarme aún más y agarrándome a sus pechos, reviento al fin sin control en un enorme, largo y maravilloso orgasmo, mezclando mis aullidos con los gemidos de la gata que arañaba mis costados. En algún descontrolado empujón final, provoco que Walter se atragante y suelte su presa, pero aún con su mano siguió arrancándome electrizantes espasmos de placer mientras él comenzaba a jadear y galopar ayudado por las caderas de mi preciosa niña. Juntos alcanzaron el clímax fusionando sus gemidos y quejidos con los fuertes espasmos de un Walter desconocido para mí, un Walter que no dejaba de acariciarme con su mano izquierda… con una ternura extraordinaria.

   La noche fue larga, fue inmensamente larga, tanto que duró más de un día… El manual del El Arte de la Caricia aún tenía un último capítulo pendiente pero, necesitaríamos el resto de nuestras vidas para cumplir con sus preceptos. En ello estamos, inventando caricias nuevas, ¿no es verdad, queridos amigos?

«Primero besas su mente, luego su cuerpo te sigue… hasta el fin»

    Nombres, situaciones y lugares han sido cambiados para que la realidad no se parezca en nada a lo que aquí me invento. La búsqueda de la verdad es algo íntimamente ligado a la condición humana. Dicen los expertos que nuestras comunicaciones son esencialmente inferenciales, es decir, que toda comunicación verbal consta de una parte codificada y de otra que es producto de inferencias, de ciertos procesos mentales que llevan a conclusiones, dependiendo del contexto en que son producidos. No es nada nuevo que oculto cosas entre mis letras y también es verdad que tu mente creerá encontrar pistas escondidas jugando con tus emociones y eso, eso es esencialmente bueno. Disfruta de la vida, pues desgraciadamente, no tenemos más.

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El Arte de la Caricia…muslos extraordinarios.

Es parte de la cura

el deseo de ser curado.

(Séneca)

   Llegamos a la casa casi al punto de la cena. Entre los cuatro preparamos rápidamente algoPequeño duende pulgar ligero para cenar, sin tiempo siquiera de cambiarnos de ropa, vestidos aún con nuestros bañadores y camisetas viejas, raídas por el sol y el salitre de la playa.   

   La noche se mostraba espléndida. Allí estaba recién estrenando su luna nueva, con un profundo e inquietante color negro de fondo que nos dejaba contemplar todas las estrellas posibles y sus reflejos en el mar, el mismo mar en el que esa misma tarde nos bañábamos todos juntos.

   Al finalizar la cena, estiramos las colchonetas en la amplia terraza del apartamento y nos tumbamos unos minutos para gozar de aquella noche, descifrando constelaciones, contando historias… recargando nuestros cuerpos de aquella nocturna energía.

   Ellas se colocaron en el centro con los pies hacia la cristalera, abierta de par en par para refrescar el salón y nosotros dos quedamos en los extremos, apuntando con nuestra mirada hacia el atlántico, extrañamente en calma aquel día.

   Sobra decir que el orden sobre aquellas mudas colchonetas fue el naturalmente previsto, unos y otras al lado de su pareja, aunque no fue así toda la noche. Mientras disertábamos sobre cangrejos, osas y nebulosas, mi mano recorría segura de si misma el tobillo, la rodilla… los muslos de seda de mi inseparable compañera.

 Pink Panzer manus bn  Con los ojos cerrados, iba identificando todos los accidentes orográficos de su torneada extremidad, sus comienzos, sus finales, sus muslos extraordinarios, hasta rozar con la punta de mis dedos el margen casi prohibido que su bañador me marcaba.

   Inmerso en estas lides, no era yo solo el único contrincante. Mi pierna derecha era el campo de guerra donde sus dedos libraban batallas de enervantes efectos, desatando risas cómplices en nuestra pareja de amigos que, al otro lado de las ya bulliciosas colchonetas se encontraban interpretando similares partituras.

   El intermedio en nuestra particular «sesión de noche» llegó de la mano de las chicas, levantándose para quitarse por fin el salitre del mar con una buena ducha de agua templada sobre sus preciosos cuerpos de serena madurez. Se fueron las dos juntas, como siempre, entre risas y secretos al oído, perdiéndose en el fondo del salón, sin ni siquiera encender la luz.

   Nosotros nos quedamos solos, esperando nuestro turno en silencio. Yo con los ojos cerrados disfrutando de la noche y él encendiendo un cigarrillo con su inconfundible mechero, dejando que el humo del tabaco invadiera aquel espacio que nos separaba.

   Sus risas nuevamente las delataron anunciando su llegada. Un intenso aroma a jabón de La Toja y a cabello mojado invadió por unos momentos casi mágicos la terraza. Ni siquiera me molesté en abrir los ojos cuando noté como ella regresaba a mi lado con sus pies desnudos hundiéndose en la colchoneta, como si fuera la misma arena húmeda de nuestra playa cercana.

   En el arte de la caricia, confieso que no me importa seguir siendo un alumno. Pocasyour touch dos manos enseñanzas tienen un periodo de “prácticas” tan gratificante como este y cada clase, cada sesión, es un regalo y ella, con aquel aroma que me hipnotizaba y su pierna rozando mi costado, nuevamente me llamaba a practicar, como un canto de sirena.

   Una descarga de eléctrica adrenalina recorrió mi mano y mi brazo en busca de respuestas dentro de mi cerebro. Como tantas veces, busqué su piel con el dorso de mi mano, pero, que diablos, ¡¡aquella no era la suya…!! Estaba seguro pero dudé por unos instantes y retiré mi mano. La extraña situación azuzaba mi mente que necesitaba de aquellas respuestas pero al mismo tiempo, la emoción por la aventura del momento me impedía abrir los ojos y salir directamente de dudas.

   Mi brazo deshizo el camino y regreso junto a aquella pantorrilla invasora que no rehuía mis caricias. Muy al contrario, otro pequeño grupo de dedos exploradores desconocidos para mi, avanzaban sigilosos por mi pierna, se detenían y bajaban de nuevo hasta mi pie, en perfecta ejecución de la primera lección de El Arte de la Caricia, «Hacer lo breve ligeramente interminable.»… Esta lección la recordaba muy bien, pero eran otras manos, otra piel y estaba al otro lado de la colchoneta, ¿estaría ocurriendo lo mismo? Para resolver mi pregunta tanteaba el ambiente con la máxima atención posible, pero sin abrir mis ojos, que seguían cerrados como si tuvieran plomo en los párpados. Si los abría podría despertarme rompiendo la magia y si aquello era un sueño, estaba dispuesto a soñarlo hasta el final.

   La respuesta a mi pregunta llegaba con el silencio delatador que reinaba al otro lado. Ya no sentía el olor a tabaco y leves pero perceptibles suspiros y murmullos invadían el cercano espacio sonoro, justo en la frontera que ellas dos nos marcaban con sus cuerpos.

   De pronto, fui plenamente consciente de que los cuatro estábamos intercambiando nuestras primeras lecciones en El Arte de la Caricia y todo estaba bien. Nos sentíamos libres y unidos al mismo tiempo por nuestros propios lazos de amor y amistad, y todo ello entre un mar de caricias, tan ciegas como nuevas. Algo parecido nos dijo el maestro mientras nos entregaba el manual en su tienda, algo que caló muy hondo en nuestro subconsciente, eso estaba claro.

 Dos manos Blanco y negro  Mi mano siguió subiendo por aquella piel que ya no era tan desconocida, al mismo tiempo que la suya escalaba mis rincones más privados. Mis dedos se tensaron estirándose al máximo, examinando el pliegue de su ingle y un poco más allá, escalando el monte donde encontré su piel aún más suave, epidermis nunca por mi tocada y levemente oculta por el suave y sedoso encaje que ahora sustituía al bañador.

   Una inspiración profunda y agitada de inconfundible timbre varonil, delataba a mi amigo. Su agitación reflejaba los avances de otro ejército y otros dedos, aquellos hábiles y tan femeninos exploradores que yo de sobra conocía.

   Absorto por la complejidad del momento, mis abdominales me traen de regreso a la realidad y  me sorprenden tensándose fuertemente al sentir como las murallas que defienden mi polvorín ceden ante el ataque de la mano que escalaba por la cara interna de mi muslo. Ahora, el que inspira profundo y profundamente delatador, soy yo. Con el pulso acelerado, se curva mi espalda y tiembla sin control mi vientre, pulsando la sangre hasta casi estallar en su mano que me aprieta y es aquí cuando me digo que aquello no podía seguir así y… decido contraatacar. Mentalmente deslizo las páginas del manual de las caricias y busco desesperado como desarmarla y recuerdo: Lección 4 de El Arte de la Caricia, «El contacto debes evitar levitando con la yema de tus dedos».

   Ya estoy en sus dominios y mientras mi cuerpo se retuerce bajo el influjo de sus caricias, Scooter motorista rosa intento mantener el control sobre mis temblorosos dedos. Flotando con ellos a medio milímetro de su piel, puedo sentir el calor que emana de cada uno de sus poros para lentamente llegar a su fuente que, sorprendida por mi audaz avance entre sus delicados pétalos, humedece las yemas de mis dedos con su inminente rendición.

   ¡Que locura de momento!. Allí estaba yo con la mente agitada por un encrespado mar de sensaciones propias, otras casi ajenas y un explosivo cóctel de ambas del cual, sabía ya a ciencia cierta, que los cuatro amigos bebíamos como posesos. Por otro lado, aquella misma mente atribulada seguía intentando averiguar, con la sola ayuda de mi trastornado sentido del oído, el significado de cada suspiro y cada roce que febrilmente se iban desatando entre mi adorable niña y mi buen amigo de cuyo nombre, hoy no debo de acordarme, como en cualquier relato inventado, fruto de la imaginación y la locura transitoria de un escritor enfermo de realidad torturada.

 

Piernas enlazadas

  Percibo claramente que nuestra amiga, con la que sostengo una encarnizada lucha y de la que tampoco recuerdo su nombre, se ha saltado descaradamente el orden de los capítulos del libro y se ha ido directamente al cinco. Así, ella se divierte poniéndome en apuros con un maquiavélico «Cuidarás la tierra antes de subir al árbol» que, si no lo neutralizo, conseguirá partirme la columna vertebral por la mitad… o un poco más abajo.

  

¿Y los chicos no se iban a duchar? Os estaréis preguntando los más atentos a la lectura.

   A punto de hacer saltar la banca, con cuatro volcanes en erupción y un libro lleno de caricias ardiendo en nuestras manos, alguien que no era yo dijo “chicos, os toca ducharos. Nosotras ya recogemos y os esperamos dentro…”

Extracto de “El Arte de la Caricia” by Pink Panzer Yorch.

“Ningún hombre es feliz sin fantasear, las fantasías son tan necesarias

para la felicidad como los hechos reales”

(Christian Nester Bové) Caricia ternura sufrimiento

Fantasías… Amores rotos.

F a n t a s í a

Aún sin tenerte
me inunda el miedo
urgente de perderte
y aterrado despierto
en mi abandono
buscando el beso
que me rescate
preso en el cielo
de tu destierro.

Aún sin ser mía,
inundas de aromas
mis noches de alma fría
y a tu lado despierto
amaneciendo en tu día
para cuidar las notas
que alivian mi encierro
alejan la angustia
del sentir que pierdo.

Aún sin tocarte
extiendo mi brazo
para casi alcanzarte
herida y confusa
envuelta tu mente
en mi fantasía
mi mano en tu pecho
rompiendo la brisa
que mueve tu blusa
roza leve tus montes
y unen tu piel con la mía
dando forma a mi locura.

(JMPA Pink Panzer)

Dedicado en especial a los que, en algún momento de sus vidas, han sufrido el fuerte oleaje que el amor levanta… y no cejan en su empeño de ser felices, calados hasta los huesos como adolescentes bajo la imprevisible lluvia de Las Mercedes…