«Hay profundas grietas en mi corazón que, aún sin curar, dejan pasar la luz de sol, una luz que ilumina a esas otras emociones que me convierten en lo que soy.«
(JMPA Pink Panzer Korps – La libreta en mi mesilla)
La primera historia.
Tuve la gran oportunidad en mi vida de crecer desde muy pequeño en la gran casa familiar de mis abuelos, donde las mujeres fueron con diferencia, las que más influyeron y moldearon para bien, el niño que fui, la bomba adolescente que surgió más tarde y a la persona que aún hoy, con su recuerdo, siguen dando forma a lo que soy.
Mi madre, mi abuela, mi tía y segunda madre Esther, mis otras tías, mis dos hermanas, también mis primas mayores que yo… mujeres y más mujeres. Así acabé aprendiendo (eran otros tiempos, lo sé) a coser, hacer ganchillo y calceta pero sobre todo, aprendí a no tener vergüenza en recibir y demostrar el cariño, el amor por otras personas.
La anécdota celta.
Para los antiguos celtas, el número nueve era un símbolo de buena suerte. Quizás sea esta la raíz de la tradición o ritual del baño o salto de las nueve olas que se celebra en Galicia, mi tierra natal, en plena playa de La Lanzada por las mujeres que quieren quedarse embarazadas o que estando ya en cinta, quieren llevar a buen puerto la gestación de una nueva vida.
La noche de San Juan y en la Romería de Nuestra Señora de la Lanzada en el último fin de semana de agosto son los dos días, los dos atardeceres mágicos que convierten la playa de La Lanzada en un hervidero de gente en el que pasé algunos de mis mejores veranos.
El experimento.
Sergio y yo fuimos compañeros de clase en aquel oscuro colegio de curas desde primero hasta octavo de la EGB, el curso en el que, dolorosamente nos separamos. Nos convertimos también, en los «dos experimentos» de unos sesudos evaluadores de mentes que, cuando estábamos finalizando el cuarto curso, consideraron que teníamos un nivel más elevado de lo normal y directamente nos mandaron al año siguiente a sexto curso, sin pasar por quinto… eso sí que fue un puente y no el de la Constitución. ¿Se imaginan a esos dos chavales dentro de una clase de «grandes» desconocidos ávidos de bromas sobre los dos «cerebritos» recién llegados?.
Aun hoy en día, mi hermana pequeña me sigue llamando «cerebrito» de forma cariñosa aunque evidenciando bastante bien hasta qué nivel de influencia llegó aquella fase en mi vida.
Luscofusco.
Ni Sergio ni yo conseguimos hacer amigos en aquel inhóspito «sexto A». Nuestra venganza llegaba siempre con nuestras notas en cada evaluación, la única oportunidad que teníamos de volar más alto que aquellos cabro… alumnos. Los recreos apenas cambiaron. Nos reuníamos en el campo de futbol con nuestros antiguos colegas del curso anterior y así trascurrió todo hasta finalizar octavo.
La lengua gallega en aquellos años del franquismo católico y apostólico, estaba muy arrinconada, casi proscrita en las ciudades y perseguida a pescozones en nuestro colegio. Pocos éramos los que manejábamos el gallego y nosotros dos, gracias a nuestras familias, convivíamos con los dos idiomas sin ningún problema.
Jugábamos con «palabras clave» para ponernos de acuerdo cuando estábamos en clase sin que los «hostiles colegas» de curso se enteraran de nuestras intenciones.
Luscofusco era una de ellas. Significa atardecer en gallego, cuando la luz empieza a dejar paso a las sombras. A la salida de clase, bastaba una sola palabra, luscofusco, para acordar reunirnos en el taller de mi abuelo al terminar con la tarea del colegio.
Los abrazos.
Sergio era un niño de abrazos especiales. Lo supe muchos años después. Nunca tuve reparo en mantener sus largos abrazos cuando nos reuníamos o incluso al darme algún beso furtivo en la mejilla cuando, emocionados, nos veíamos tras una ausencia más larga de lo normal. Era un comportamiento tan habitual en mi casa que ponerlo en práctica en mis días de colegial, consiguió grabar a fuego en mi ser una forma diferente de afrontar lo diferente… y, ahora lo sé, Sergio sufría siendo «diferente» en aquel colegio con el férreo e inflexible control de unos curas/profesores al borde mismo de la represión. Distintos, pero iguales… En unos años tan difíciles, los dos juntos conseguimos sobrevivir con pocas cicatrices que lamentar.
La luz entrando por las grietas.
Sergio nació un día nueve del mes de septiembre, noveno mes de nuestro calendario. Bromeábamos con la «suerte doble» del «doble nueve» de los celtas y el salto de las nueve olas que escenificábamos entre risas en su cumpleaños hasta que, la venta de la casa de mis abuelos con la consiguiente diáspora familiar, añadiendo los años de instituto y más tarde los años de academia en el ejército, hizo que nuestros caminos se separaran por completo.
En los funerales de mi hermana mayor, en medio de aquella desolación en nuestra gran familia, una mirada imposible de olvidar apareció en aquel tanatorio. Unos apellidos muy poco comunes en una esquela y dos o tres mensajes intercambiados en una red social con la mano azul hicieron que alguien cogiera su coche y recorriera casi doscientos kilómetros para… estar ahí, donde se tiene que estar.
Más de cuarenta años sin vernos… nos dimos un enorme, largo y sincero abrazo y al fin me dijo:
– En el colegio, tus abrazos de llenaban de calma, me daban paz… espero poder devolverte hoy aunque solo sea un poquito de la paz de tú me diste, amigo…
¿Existe alguna manera más bonita de ofrecer tus condolencias a alguien a quien respetas?
Epílogo. La felicidad infiel.
– Felicidad Infiel –
Llega disfrazado de invierno
el frío del silencio en mi piel
y muere de felicidad infiel
enredando en mí el silencio
de una mesilla y su cuaderno.
La felicidad va y viene. Debe ser así pues de lo contrario, no apreciaríamos su llegada abrasadora o el abrazo frío y vacío de su ausencia. En la libreta de mi mesilla de noche he viajado en el tiempo muchos años atrás y he sonreído al casi no reconocer mi caligrafía de aquellos años… y he añadido alguna arruga más a mi corazón al leerme, recordarme, dolerme también, pues la memoria, en ocasiones me traiciona dejando parte de mí comprimido y olvidado entre dos hojas de papel teñido de involuntaria amnesia… y encontré la página que buscaba y fui feliz recordándote.
Ne regrettez jamais quelque chose qui vous a fait sourire.
«Nunca te arrepientas de algo que te hizo sonreír...»