«Me negué a que volaras con mis alas
porque siempre creí que lo harías con las tuyas.»
(JMPA Pink Panzer Yorch – El amor según Pink)
Los Pintupi de Australia Occidental tienen 15 palabras para otras tantas y diferentes clases de miedo. Si esto lo hubiera leído en mis años más duros, seguro que hubiera estrenado muchos de esos nombres e incluso, inventado alguno más… con una sonrisa en la boca.
Siempre he dicho y repetido que el miedo no es malo en si mismo y es imperativo diferenciarlo claramente del pánico, su extremo más dañino e irracional…
Recuerdo que «viajando a pie» por un lugar de cuyo nombre no debo acordarme, llegamos hasta el borde de una enorme presa que retenía a nuestra izquierda un inmenso pantano lleno a rebosar por aquel río de aguas casi negras, nuestro «dulce» compañero de viaje por un buen trecho de kilómetros. Por radio recibimos instrucciones de pasar al otro lado pero, por razones de «seguridad», el paso debería hacerse lo más discretamente posible. Para ello utilizamos una pasarela metálica peatonal, solo útil para personal de mantenimiento de la presa y que discurría colgada al vacío, por el costado derecho de la presa, ese costado derecho sin agua y sí con muchos metros de caída libre hacia el infierno.
Mochila, radios, chaleco antifragmentación, casco, munición, fusil… sobre nuestras botas llevábamos fácilmente unos 25 kilogramos de equipamiento (algunos con algún kilo más debido a una fuerte adicción a las latas de sardinas en aceite…). La pasarela no podía ser más sencilla y ofrecer un aspecto más endeble. Para complicarlo más, el suelo era de reja en cuadradillo de unos 3×3 centímetros que dejaban ver perfectamente el abismo de más de cien metros que se abría bajo nuestros pies.
Decidimos separarnos unos metros para repartir el peso e ir comprobando como respondía la pasarela a medida que le íbamos sumando «soldaditos» a su estructura. El caso es que todo iba bien y en este «bien» incluyo los crujidos y bamboleos de la pasarela que aceptamos como normales, hasta que un poco antes de llegar a la mitad del recorrido, colgados en el costado de aquella maldita presa, nuestro compañero que identificaré por su alias, «el Piraña» (sí, las latas de sardinas eran las suyas…) entró en pánico absoluto cuando tuvo un pequeño enganchón entre un tirante de sujeción y su fusil de asalto que por un instante le hizo perder el equilibrio… y la razón.
Todos teníamos miedo y tomamos nuestras precauciones para dejarlo atrás y superar aquel imponente obstáculo, casi prueba de valor en un concurso de la televisión pero… el pánico es irracional, te pone en peligro a ti e incluso a los que más quieres o respetas.
El Piraña fue pasto de un brutal ataque de pánico que le hizo arrodillarse y meter los dedos de sus manos por los agujeros del suelo, aferrándose a la pasarela como la cría de un chimpancé a la barriga de su madre.
Una pasarela estrecha por la que dos personas se cruzarían con muchísima dificultad y a un montón de metros de altura, un grupo de soldados que querían pasar desapercibidos y un compañero agarrado como una garrapata al enrejado y con el cerebro bloqueado como un Iphone robado… Y reaccionas, casi de forma automática antes de que el pánico de uno se convierta en un problema grave para el grupo. Mientras yo le soltaba los cierres rápidos de la mochila, correaje y el fusil, Fabio, el compañero que marchaba por delante de nosotros, regresó para aplicarse a fondo en sacarle los dedos del enrejado. Entre los dos colocamos a Piraña a mis hombros y arranqué a paso rápido notando como el suelo cedía bajo nuestro peso. A mi espalda, mi buen amigo Trucho recogía del suelo todo el equipo de nuestro amigo… Llegamos al final; fin de la historia y comienzo de la siguiente. Las cosas suceden así de rápido y tal cual, se van.
A los cuatro días regresamos al pantano en un todo terreno, el Piraña y tres compañeros más. Nuestro amigo se hizo la pasarela diez veces, dos de ellas, ida y vuelta, completamente solo. La reflexión y conclusión de toda esta historia es que, cuando te juegas la vida, no te puedes permitir el lujo de que tu cerebro sea un enemigo más en tu contra.
Me he decidido a publicar esta historia (completamente inventada, por supuesto) porque estos últimos días, charlando con mis estupendas amigas poetas Estrella e Yvonne, intercambiábamos ideas, versos, vivencias sobre el miedo y sus diferentes formas de manifestarse en nuestras vidas… Mi experiencia no es ni más ni menos valiosa que la de todas y todos vosotros. Es solo eso, experiencia, y por eso puedo decir que a lo largo de nuestras vidas siempre llega un miedo más grande que el anterior, más fuerte e intenso que reduce a la categoría de anécdota graciosa muchos otros miedos pasados y sufridos de niños, de adolescentes, de mayores… de ayer mismo.
“Si cerca de tu biblioteca tienes un jardín, no te faltará nada.”
― Cicerón ―
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Posdata de Pink, Palabra de Panzer:
El Piraña. Iría al fin del mundo con él de compañero. Su alias solo se debía a sus facciones muy parecidas a las del chaval que salía en la serie de televisión «Verano Azul» (que viejo me hace esta reseña…). Ningún otro parecido. Un tipo fuerte, serio y entrenado que nunca pensó verse involucrado en una situación límite provocada por él mismo y que, como no puede ser de otra manera… ha surgido de mi maquiavélica imaginación.